Hoy he tenido una conversación de lo más surrealista. He atendido a un contacto de Logorapid (nuestro estudio de diseño gráfico) interesado en el diseño de un logotipo. Algo que identifique bien a su empresa, le dé buena imagen, etc. Lo habitual y normal, lo que se espera de un buen logotipo.

Quedamos en aplicar el Plan Profesional, en el que ponemos a un equipo de tres diseñadores a analizar su caso y elaborar propuestas entre las que escoger. Todo correcto.

Ahora viene lo bueno: este hombre, con la mayor naturalidad, pretendía que nosotros hiciéramos todo este trabajo (análisis, investigación, brainstorming y elaboración de propuestas) sin adelantar ni un céntimo, y sin haberse comprometido a nada.

Es decir, nosotros le mandamos las propuestas, y si le gusta alguna, entonces nos hace el pedido.

¿A alguien se le ocurriría pedir esto, por ejemplo, a un pintor?

Usted empiece el trabajo y haga un par de habitaciones. Si me gusta, ya le pagaré. Si no, adiós muy buenas.

Pues adiós, muy buenas. Clientes como estos, mejor que se vayan a comprar a la competencia.